lunes, 15 de noviembre de 2010

El origen de las estaciones

Perséfone, en la mitología griega, era la hija de Zeus, padre de los Dioses, y Deméter, diosa de la fecundidad, de la tierra y la agricultura, símbolo de esa fecundidad que ella llevaba consigo. Vivía en un bosque lejano, en cuyos lindes se abría la espesura, rodeada de otras ninfas como ella, hijas de dioses o de dios y mortal. Con ellas jugaba y se crió, siempre bajo la vigilancia de su madre, que era toda ternura con su pequeña hija.

Nuestra Perséfone creció feliz entre juegos, risas, cantos y bailes. Pero no todo podía ser hermoso (¿qué historia no tiene mezcla de risas y lágrimas?) y resultó que un día en que Hades, señor de los infiernos, se encontraba paseando por los límites de sus terrenos, se acercó demasiado a esa espesura en la que acababa el bosque, hogar de Perséfone. La vio, teniendo todo lo que él no tenía, esa gracia, esa vitalidad... y se enamoró, insistiendo en casarse con ella. En este punto, las historias se mezclan, hay quien dice que Zeus, el padre, no queriendo tener problemas con el amo de los infiernos, dio su consentimiento a la boda, sin dejarse ablandar por las súplicas de Deméter o las lágrimas de su hija. Otros cuentan que fue el propio Hades el que acabó urdiendo un plan por el que su amada bajaría a su reino, ya que él no podía abandonarlo. Y fue así que encantó una de esas flores que tanto le gustaban a la protagonista de nuestra historia, así que cuando ella se acercó un día que recogía flores para hacer una diadema, la flor encantada la engulló haciéndola descender al hogar de Hades.

Fueron días muy duros para Perséfone, que vio desaparecer todo aquello que amaba: las flores, el verdor del césped, las gotas de rocío con las que lavaba su cara al salir el sol... Al principio se mostró reticente incluso a entablar ninguna conversación con Hades, y se escondió en su mundo de recuerdos, pero según pasaban los días el enfado y la negación dieron paso a una resignación triste.

Hades había ya dispuesto todo para su boda, y llegado el día, Perséfone, ya sin lágrimas por todo lo que había llorado, dio el "sí, quiero", a su raptor. Algunos dicen que debería haber aguantado más... pero a veces la desesperanza es el peor de nuestros enemigos.

Mientras tanto, Deméter buscaba a su hija desesperadamente. Durante 9 días y 9 noches recorrió cada rincón de la tierra buscándola, hasta que el décimo día, el Sol, que todo lo ve, decidió contarle lo que había visto, la joven recogiendo flores y la tierra engulléndola. Deméter enfureció y dejó la tierra, que sin su presencia se quedó estéril y vacía, nada crecía ya en ella. Marchó a hablar con Zeus para que le exigiese a Hades que devolviera a la muchacha. Pero cuando Zeus iba a tomar cartas en el asunto era demasiado tarde y ya Perséfone se había casado con Hades, comiendo perlas de una granada en el pequeño banquete que hubo tras la boda, sin saber que la granada es la fruta del inframundo, que la retendría allí para siempre.


1 comentario:

Irene Castelos dijo...

¡Una entrada muy interesante Minerva!

És maravilloso el movimiento que estáis dándole al blog.

Un saludo.

Irene.

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